Ver todas las publicaciones

Estúpidos y sensuales bioplásticos

Publicado el 18/11/2020

Nadie necesita venir a que le digamos que los plásticos han llegado a un nivel inaudito de presencia en todos los espacios de nuestra cotidianeidad. Si estás leyendo esto, probablemente sea desde un dispositivo con una funda plástica, sobre una silla pintada con un barniz sintético, vistiendo ropa hecha de fibras de nylon o poliéster, con las manos recién lavadas (habiendo cantado el feliz cumpleaños dos veces) con un jabón cuyo envoltorio de polipropileno desinfectaste más temprano con alcohol de una botella de tereftalato de polietileno. Igual, si alguien vino a que se lo dijéramos: la producción global de plástico creció de 1,7 millones de toneladas en 1950 a 322 millones de toneladas en 2015. A este ritmo, para 2050 la producción de plásticos sola insumiría un 13% del presupuesto de carbono que nos queda como humanidad para mantenernos dentro del límite de aumento de 1,5° acordado en el Acuerdo de París. Usamos mucho, mucho, mucho plástico.


Y, ojo, que no todo uso es injustificado. No queremos decir eso. El plástico es, en muchos sentidos, un material maravilloso: dura muchísimo, es impermeable, flexible, liviano, no se oxida, no se pudre, en general no se rompe cuando se golpea, es aislante térmico y eléctrico... Y es muy barato, lo cual significó un montón de ventajas en un montón de ámbitos; entre ellos —y de manera nada insignificante—, la medicina y la salud pública. 

Pero... Es súper contaminante, proviene de una fuente que se está agotando y tardó millones y millones de años en producirse, y lo usamos para envolver cantidades tan ínfimas de ketchup que no alcanzan a cubrir una porción de papas fritas, para abrazar los tomates durante esos breves segundos que pasan por la balanza del súper, para tomar 150 ml de café en el receso de un congreso lleno de gente con sueño. El plástico es un material maravilloso y terrible a la vez, al que le damos unos usos espantosos y terminamos convirtiendo en extra terrible. Una de sus ventajas es justamente que dura muchísimo… y lo usamos durante tres minutos antes de mandarlo a engordar un relleno sanitario (eso en el menos peor de los casos, también lo dejamos irse a devastar los océanos). 


Así las cosas, es lógico que se estén proponiendo alternativas para salir de este problemón en el que nos metimos. Una de ellas es reemplazar el plástico convencional por el bioplástico.



¿Qué es el bioplástico?

El término “bioplástico” es una categoría un tanto difusa debajo de la cual se agrupa un conjunto bastante amplio de materiales con diferentes razones para argumentar adornarse con el bonito prefijo bio- (que suena a inocuo o incluso a beneficioso para los ecosistemas). Si sos un plástico buscando ingresar al bioclub, hay dos maneras de conseguir el carnet de socio (no hace falta que cumplas con ambos requisitos, la mayoría de los bioplásticos solo cumple con uno): que seas (i) biodegradable o (ii) derivado de biomasa.

Así, detrás de la etiqueta de bioplástico hay materiales derivados del petróleo que se biodegradan (en condiciones MUY particulares, con unas bacterias especiales) y materiales de origen biológico, también llamados “biobasados”, que no necesariamente se biodegradan. Y también, porque tenemos ese afán de siempre andar mezclando todo, hay materiales compuestos que son parcialmente “bio” (porque algunos de sus componentes son biobasados o algunos son biodegradables) que también reciben el nombre de bioplásticos. 

Entre los biobasados, existen algunos materiales derivados de plantas y otros de microorganismos. Los derivados de plantas se agrupan bajo la sigla PLA (vienen de ácidos polilácticos) y los derivados de microorganismos, bajo la sigla PHA (vienen de polihidroxialcanoatos). Los PLA son el tipo más común, la fuente más barata, y se producen en instalaciones industriales que ya existen para otros productos, como el alcohol etílico. Las principales fuentes de PLA son el maíz y la caña de azúcar. 


¿Por qué estamos hablando de bioplásticos ahora?

En la Cámara de Diputados de nuestra provincia se está discutiendo un proyecto de ley de fomento a los bioplásticos. Varias organizaciones ambientalistas de la ciudad presentamos una nota a la Comisión de Medio Ambiente expresando nuestro rechazo a esta iniciativa. Nos preocupa que el proyecto en debate resulte en un apoyo estatal a un cambio industrial que, en lugar de solucionar, distraiga del problema; que dé la sensación de que se resolvió y por eso se terminen obstaculizando soluciones reales. 


¿Cómo no nos va a entusiasmar la idea de reemplazar el plástico, asesino de vida marina, hijo de un recurso finito, por un material biodegradable o uno de fuente renovable? 

Si es greenwashing, es un greenwashing de ensueño: superaríamos lo que nos molesta del plástico en su etapa de extracción o superaríamos lo que nos molesta del plástico en su etapa de descarte. Es todo lo que quieren las guachas. Pero… Incluso en el caso de que cumpliera con ambos bioatractivos y fuera un biobasado biodegradable (la mayoría es uno u otro, no suele venir el biocombo), estaríamos mirando solamente dos biodetalles de la biocuestión y, como SIEMPRE en este mundo complejo que nos tocó de casa, el asunto tiene muchas más facetas a considerar antes de poder determinar cuál es la medida de su impacto. 

Dado que el nombre “bioplásticos” mete en una misma bolsa gigante materiales que tienen cualidades y comportamientos absolutamente diferentes tanto en cuestión de su origen como desde el punto de vista de la gestión de residuos, no podemos analizar todos simultáneamente; miremos uno como ejemplo: PLA derivado de maíz.



¿Vienen de una fuente renovable?

Sí, sin dudas. Pero se trata de una fuente cuyo cultivo demanda grandes extensiones de tierra (así que para eso hay que limpiar el espacio de otros habitantes, por ejemplo un bosquecito que esté molestando en el medio del “campo”), grandes cantidades de agua y posiblemente fertilizantes, herbicidas y plaguicidas bastante dañinos y peligrosos. Y su producción, obviamente, también requiere maquinaria que usa combustibles fósiles (no es que se puede ir y extraer PLA con la mano como una naranja de un arbolito). 


¿Demandan mucha energía?

Sí, la producción de PLA tiene un gasto energético altísimo, más allá de las máquinas que intervienen en la siembra y la cosecha. Como estos plásticos se obtienen a través de un proceso de fermentado, su producción requiere tener encendidas un montón de máquinas durante varios días sin pausa inyectándole oxígeno a la fermentación para que no se interrumpa.


¿Pero son biodegradables?

Ehhhhhhh… ¿Sí? Sí, lo son, pero no en cualquier condición. Pueden compostarse en una planta industrial de compostaje, no en la compostera de tu balcón ni en el jardín de la casa de tu tía, y si quedan sueltos en el ambiente se mantienen igual que los derivados del petróleo: se descomponen en microplásticos y viajan a reunirse con sus amigos en la Gran Mancha de Basura del Pacífico. También hay que tener en cuenta que para fabricarlos se los mezcla con colorantes y otras sustancias que les otorgan propiedades físicas y mecánicas como las del plástico (elasticidad, dureza, flexibilidad, etc., según el tipo de plástico que se quiera crear). Estos aditivos serían biodegradables en teoría —tampoco en cualquier condición—, pero todavía falta que se hagan pruebas sobre sus condiciones de biodegradabilidad para determinarlo con certeza. Además, sean o no biodegradables, algunos de los aditivos que se usan en la producción de plásticos son muy tóxicos para la salud humana, y pueden actuar como disruptores endócrinos. En general, los aditivos son confidenciales: las empresas que fabrican las resinas plásticas no tienen el deber de revelar cuáles se están usando, solo informar qué tipo de plástico es, y la empresa transformadora que compra la resina para convertirla en un producto no tiene el deber de revelar a quién compró la resina, solo informar de qué tipo de plástico se trata.


¿No los vamos a usar mejor?

Si creemos que no hace daño fabricar y descartar, fabricar y descartar porque son “bio”, si nos permiten conservar nuestra amada costumbre de usar y tirar libres de culpa, si son baratos porque su producción está subsidiada, probablemente los terminemos usando PEOR que a los otros, más desmesuradamente. 


Y… ¿la cuestión de la seguridad y la soberanía alimentarias?

En un mundo en el que aumentan las crisis alimentarias al mismo tiempo que se desmonta para ampliar la frontera agrícola, que se vuelva más rentable destinar la siembra de grano a la fabricación de vasos y platos descartables (especialmente probable si hay incentivos económicos desde el Estado) que destinarla a la producción de la comida para rellenar vasos y platos nos pinta una imagen muy complicada del acceso al alimento.


Entonces

Algunos bioplásticos, en algunos casos puntuales, podrían ser una alternativa superadora a los plásticos convencionales. Pero (y es un “pero” importante)… es necesario que se den ciertas condiciones ahora inexistentes, como el acceso amplio a plantas industriales de compostaje, y es fundamental plantearnos qué uso les vamos a dar (de vuelta, no estamos diciendo que todo uso es injustificado). Reemplazar insumos médicos tiene sentido, fabricar objetos duraderos que impliquen beneficios a largo plazo sería lógico; seguir contentando los caprichos de nuestra cultura del descarte, no. También tienen algunas desventajas (y no solo resultado de su atractivo maquillaje verde), por lo que su impacto ambiental podría ser aún mayor al de los plásticos convencionales.





Para pensar más sobre este tema, siempre viene bien pasarse por la charla de Residuos de Re Sapiens:




Si querés saber más todavía, podés descargarte el maravilloso Atlas del Plástico de Heinrich Böll Stiftung & Break Free From Plastic, y si querés saber MÁS todavía, podés leer el reporte B.A.N. List 2.0 de Break Free From Plastic (está en inglés).


Ver todas las publicaciones

¿Te interesa lo que te contamos?

¡Hacé click aquí abajo y enterate de más!


COLABORAR