Ver todas las publicaciones

A la sombra de un árbol

Publicado el 30/10/2020

STS es una organización de entusiastas del hacer y amantes de la naturaleza; siempre estamos pensando en construir un mejor futuro y buscamos explorar todas las vertientes que nos lleven a ello. Es por eso que, a principios de octubre del 2019, cuando una stsiana inquieta sembró la idea de crear un grupo de huerta y jardinería, consiguió algunas cabezas fértiles que compartían el mismo interés.

Aunque no se tenía muy claro el objetivo, los ánimos se manifestaron y rápidamente —como es de costumbre— se creó un grupo de chat por el que se convocó la primera reunión del equipo de trabajo. 

Con ganas de aprender de las plantas, de saber acerca de los procesos de cultivo, la soberanía alimentaria y la diversidad cultural que existe alrededor de comer —actividad que nos encanta—, sacamos un tablón frente al taller y hablamos de renovar el cantero y podar el árbol. Un par incluso confabulaba para cortarlo por completo —mientras el árbol escuchaba indignado—  alegando que nada podía crecer bajo él por sus flores ácidas y la sombra de sus ramas.

La primera tarea que se decidió fue desmalezar el cantero. Ahí aprendimos que no son malezas, son buenezas—aunque tengan espinas— y que muchas plantas silvestres son comestibles. Igual fue necesario ponernos a desbuenezar, porque, como todos los bienes comunes son finitos, nuestro terreno disponible tenía sus límites.

Ya con el cantero preparado decidimos sembrar. 

Conseguimos algunas semillas para experimentar: zapallo y choclo. De a poco cada integrante del grupo fue aportando plantines que tenía en casa. Así llegaron un par de tomates, morrón, curry, romero, aloe, una pasionaria y un repollo.

La siguiente tarea era regar la huerta, labor que se dificultaba si el taller estaba cerrado. Se diseñó un sistema que consistía en una extensión de caños y codos que alargaban la toma de agua, dejando en el exterior una llave disimulada a la cual conectar la manguera. A la par de eso se desarrolló un sistema de camuflaje de alta tecnología para esconder la manguera de modo que quedara en el exterior para facilitar la tarea del riego, constituido por una bolsa plástica reciclada y algunas hojas secas.

También descubrimos que las hormigas son difíciles de erradicar cuando hacen colonia, por más arroz que se les tire. Las vimos muchas veces correr ante el diluvio del riego semanal, mas nunca abandonar el territorio colonizado. Aunque estudiamos recetas varias para ahuyentarlas, nada parecía funcionar.

Los meses de manos en la tierra, intercambios de plantines, debates sobre control de plagas y decenas de mensajes con reportes de riego nos mostraron lo difícil que es que crezca el alimento, cuánto lo damos por sentado y cómo deberíamos valorar mucho más el trabajo de quienes lo cultivan. Nuestro modesto cantero nos enfrentó a la evidencia de que el acceso a la tierra para producir alimento sano y sustentable es fundamental.

Llegando al verano se hizo una especie de valla para mantener derechos los desobedientes choclos y lograr que la pasionaria refrenara su pasión trepadora. No era una obra de ingeniería avanzada, pero funcionaba bien. El morrón estaba rebosante y muy floreado, se le veía con ganas de dar frutos a montones, pese a lo seco de los días. El zapallo por su parte, indomable, decidió crecer fuera del cantero y destellaba en flores amarillas.

El verano fue duro y llovió muy poco, por lo que era indispensable ir a regar con frecuencia. Un viernes de marzo conversamos sobre ese virus terrible que finalmente había llegado a Buenos Aires mientras, sin saberlo, regábamos la huerta por última vez.

De pronto estábamos en cuarentena y la huerta, su manguera camuflada, su valla, el árbol polémico y las buenezas cayeron en el abandono. El calor y la sequía siguieron implacables.

Pasado dos meses desde aquel evento que clausuró muchos aspectos de nuestra vida, uno de los integrantes del equipo se acercó a aquel cantero sembrado de curiosidad. ¡El horror! El choclo estaba todo seco y las raíces expuestas, la pasionaria había sido víctima de una oruga hambrienta con una pasión aún mayor, los tomates devastados por la plaga de hormigas que, cansadas de tanto arroz, fueron por una ensalada y devoraron todas las hojas, incluido el repollo. Los frutos del morrón habían parado de crecer; sedientos, se habían chamuscado con el calor del sol. El zapallo se había cortado y secado todo su largo, ninguna flor quedaba.

Pero no todo era tragedia. El aloe seguía íntegro porque sabe adaptarse, al igual que el curry. Además, un montón de plantitas silvestres y diversas habían crecido a la sombra de aquel árbol del que se decía "no deja que nada crezca".

Bajo ese árbol creció también la curiosidad de germinar toda clase de semillas y cultivar nuestro propio alimento, de comer yuyos y de compostar. Creció la idea de sembrar árboles frutales en la ciudad con la esperanza de sentarse en un futuro bajo la sombra de un nogal y recordar cuando cabía en la palma de la mano.

Quizás, como una semilla, el proyecto de huerta germine en otro momento.



Ver todas las publicaciones

¿Te interesa lo que te contamos?

¡Hacé click aquí abajo y enterate de más!


COLABORAR